viernes, 9 de diciembre de 2016

La mujer del César no sólo debe serlo, sino parecerlo


Quien es honrado ¿también lo parece?, quien es inteligente ¿siempre lo parece?, quien es apasionado ¿automáticamente lo parece?, quien es sensible ¿en un funeral siempre lo parecerá?. Se supone que nuestras acciones honradas, sensibles, inteligentes hablan por sí solas y nos definen. Nuestra naturaleza supura en lo cotidiano pero no siempre tiene porque ser así. Por eso, quizás, en un empeño por parecer se podría decir eso de que ¿el hábito hace al monje?

Cuanta gente sensible que no llora en funerales, cuanta gente inteligente y tan torpe en sociedad que le hacen parecer idiota y cuanta gente que vive apasionadamente y sin embargo parecen unos tibios.



Thomas Wolfe, quien se creía jazz literario y torrencial.


Ayer vi "El editor de libros" una película que habla de una pasión que parece más de lo que es. Thomas Wolfe, de quien por cierto no había nunca oído hablar, era todo pomposidad, pretenciosidad, crueldad y una vitalidad teórica. Teórica por toda la prosa poética que esparcía,pero tan poco practicada en su día a día. ¿Quien vivía de manera más apasionada, él o su editor? ¿El que proclama y presume de agarrarse a la vida cada mañana con ferocidad pero sólo se agarra a su propia ambición abstracta e idealizada¿, ¿o aquel que aunque no lo parezca por un halo de sosiego, dedica y sacrifica algo sagrado como su familia por un proyecto propio, ayuda y confía en algunas personas como religiones vivientes y se esfuerza en construir un mundo mejor tanto en lo ideal como en lo práctico?



Lo cotidiano tiene poco atractivo pasional. Pero en lo cotidiano, a veces , si vemos un poco más allá de lo evidente y lo aparente, es donde se encuentra la gran pasión. El artículo de Milena Busquets es un ejemplo (y también un empujón bastante serio para ser madre) :


Hace un par de días, mi hijo mayor cumplió 17 años, le tuve con 27. No creo que estuviese viva sin mis hijos. No es sólo que la vida sin ellos, una vez les he conocido y criado, no me interesaría en absoluto. Es que si no los hubiese tenido, no creo que estuviese viva.No creo que hubiese sido capaz de hacer ninguna de las cosas que he hecho. No creo que hubiese sido capaz de izarme con enormes dificultades fuera de la infancia. No creo que hubiese podido aceptar ninguna de las muertes del camino. No creo que hubiese aprendido jamás a hacer un huevo frito. Tampoco hubiese aprendido que las ventanitas del calendario de adviento se abren una a una, y no todas de golpe. No sabría lo que es dormir tranquila, incluso cuando la vida alrededor no va demasiado bien, solo porque sé que mis hijos están soñando suavemente (o ya no tan suavemente) en sus respectivas camas. No sabría lo que es la paz. No hubiese escrito ni una línea. No sabría ninguna tabla de multiplicar. No hubiese entendido que el amor solo sirve para despilfarrarlo (como el dinero).Mis libros no estarían en las estanterías, más o menos ordenados. No tendría estanterías. No hubiese descubierto que soy un animal. No buscaría el gran amor, porque seguiría pensando que no existe. No hubiese aprendido a tener cuatro ojos, o mil, a veces, para encontrar todo lo que les puede hacer gracia o dar placer, todo lo que les puede servir para estar más despiertos o para ser mejores personas. No sabría detectar la fiebre (y la pena y el cansancio y el hambre) a distancia. No hubiese rozado levemente ninguna frente con mis labios para ver si ardía. No sabría atar los cordones de los zapatos ni poner una lavadora. No sería nada.

LA NATURALEZA DEL AMOR

Mi madre solía decirme, medio en broma, medio en serio (la maternidad no fue nunca para ella la obviedad que es para mí, nunca le gustaron demasiado los niños): «Milena, ¿no podrías intentar disimular un poco para que no se notase tanto que lo único que te importa en este mundo son tus hijos?».Me importarían un pito los eclipses de sol y los de luna, y el fútbol, y la extinción de las especies. No hubiese aprendido a ser feliz siendo siempre la segunda o la tercera. No hubiese salido del presente y de la nostalgia del pasado. No hubiese entendido la naturaleza del amor que sentí por mi madre. No hubiese velado el sueño de nadie, solo hubiese querido que velasen el mío. No hubiese aceptado jamás que mi vida dependiese de la de otro ser humano. No hubiese entendido que casi nunca pasa nada y que nada es demasiado importante, pero que en las cosas que lo son, nos va la vida. No sabría que soy rica a pesar de sentirme tan a menudo arruinada.Felicidades, pequeñajo



Lo mismo que hay un universalismo del pueblo, también hay un catetismo de la gran ciudad. Lo mismo que hay un épica y mitificación de lo exótico de una vida aparentemente trepidante , lo hay de una vida aparentemente plana y gris donde siempre sucede lo inesperado, como en los relatos de Alice Munro. Una mujer que pasó de ama de casa a premio Nobel de literatura.

Y no digo que rememos en prosa por un río sin poesía, no. Digo que hagamos poesía del grifo que se abre a la mañana para lavarnos los dientes además de las cataratas del Niágara (¡casi nada!)







No hay comentarios:

Publicar un comentario