domingo, 18 de diciembre de 2011

jueves, 15 de diciembre de 2011

domingo, 11 de diciembre de 2011

Por qué echamos de menos a John Lennon

Nació durante un bombardeo. Murió en un tiroteo. Cantó a menudo sobre la paz pero su vida fue, en cierto modo, como una guerra.

1940. Caen las bombas alemanas sobre Liverpool. Es de noche y no hay iluminación en las calles excepto la luz temblorosa de los incendios y la intermitente que producen los destellos de las explosiones. Aun así, en mitad de semejante panorama, dos hermanas deambulan por una ciudad hecha añicos, exponiéndose al infierno que los nazis les están enviando desde los cielos. No les queda otro remedio: una de ellas está a punto de parir y necesitan un médico. Tras un diabólico trayecto más propio de una película de Spielberg, las dos mujeres consiguen llegar al hospital de maternidad. El bebé nace sano y salvo. Acaba de venir al mundo uno de los individuos más célebres del siglo XX. Se llamará John Winston Lennon —el segundo nombre es un homenaje al líder de la nación durante esa misma II Guerra Mundial, el conservador Winston Churchill: dosiconos universales de la historia británica unidos por una curiosa conexión—y en poco más de dos décadas no habrá persona en el planeta Tierra con acceso a radio y periódicos que no vaya a conocer su nombre.

John Lennon fue un personaje confuso, capaz de descolocar incluso a sus más acérrimos seguidores por lo complejo y frecuentemente contradictorio de su personalidad. Y es que sus mismos orígenes son confusos. Su madre apenas ejerció de madre; fue aquella hermana que la había acompañado al hospital quien realmente crió al pequeño John. Su padre, un marino desertor, simplemente desapareció de su vida tras su nacimiento. El propio Lennon dejaría constancia de sus sentimientos hacia sus padres bastantes años después en la lastimera Mother:

Madre, tú me tuviste pero yo nunca te tuve a ti.
Yo te quise pero tú nunca me quisiste.
Padre, tú me dejaste pero yo nunca te dejé a ti.
Yo te necesitaba pero tú nunca me necesitaste.
Papá, vuelve a casa,
Mamá, no te vayas



…y su carácter resultó ser demasiado explosivo como para interiorizar estas heridas y sufrirlas en silencio. Empezó a hacerse notar desde muy joven por su actitud belicosa hacia el entorno. Poseía una aguda inteligencia que rara vez empleaba en fines constructivos: sus profesores estaban hartos de él, considerándolo un payaso indisciplinado y un molesto rebelde sin causa cuyos efectos en el ambiente escolar eran perjudiciales e indeseables. No pocos de sus compañeros de colegio le tenían miedo debido a su carácter agresivo y sus arrebatos violentos. Era ingenioso y carismático, pero no una persona fácil de tratar. en su adolescencia empezó a vestir como un “teddy boy”, con tupé y chaqueta de cuero, como uno de tantos adolescentes secuestrados por aquella revolución cultural norteamericana que asoló el mundo —y que asoló el Reino Unido más que ninguna otra parte fuera de los propios EEUU— llamada rock & roll. John Lennon escuchaba a todas horas las canciones de Elvis Presley, Chuch Berry, Fats Domino… por fortuna para él y para el mundo, pudo volcar parte de aquella destructiva energía suya en la guitarra, en escribir canciones imitando a sus ídolos. En todo lo demás, siguió siendo el mismo: un historial académico de expulsiones y conflictos, una conducta desastrosa y un más que incierto porvenir. Nadie pensó nunca que el joven John tuviese futuro en la música, pero tampoco tenía futuro en ninguna otra cosa. Era un caso perdido. Una secuela más de la gris existencia en una no menos gris Liverpool.

Siempre le gustó recordar que procedía de la clase proletaria, aunque esta era una verdad sesgada, por no decir una mentira. Quizá era la manera de empastar mejor con sus futuros compañeros en The Beatles, todos ellos procedentes de la auténtica clase obrera. Y sobre todo la manera de empastar mejor con su propio mensaje ideológico progresista. Sea como fuere, aun siendo Lennon de clase media en lo socioeconómico —no era de familia adinerada, pero no pasó penurias— creció también en aquella hosca ciudad portuaria, en un barrio cuyas calles eran una rápida escuela para un adolescente que las pisara más tiempo del recomendable, como era su caso. Pese a la imagen de buenos chicos que los Beatles empezaron a cultivar por mediación de su manager durante su ascensión al éxito, lo cierto es que siempre hubo mucha calle en ellos. Mucha más que en los Rolling Stones, que hacían justo lo contrario, aprendiendo a proyectar una imagen de canallas pese a que procedían de familias pequeñoburguesas de los suburbios acomodados de Londres. Los Beatles, sin embargo, consiguieron hacer creer al mundo que eran los perfectos niños de mamá, aunque sus orígenes tenían más bien poco de fácil o pacífico. De hecho, los Beatles eran el auténtico grupo proletario. Mientras los Stones acudían a escuelas de arte y se enfrascaban en conversaciones —más bien snob— propias de conoisseurs del rhythm & blues norteamericano, los Beatles se vestían de cuero negro, se drogaban y se peleaban con cualquiera por cualquier motivo, además de tocar rock & roll sin ningún complejo, sudorosos y anfetamínicos, sin pretender dárselas de bluesmen.


A Lennon no le costó convertirse en líder de los Beatles en los inicios, antes de hacerse famosos: no resultaba sencillo intentar llevarle la contraria, porque su respuesta podía ir desde lo meramente sarcástico a lo físicamente agresivo. Era un tipo duro y mientras The Beatles fueron algo similar a una pandilla callejera, él tenía siempre la última palabra. Pero cuando las cosas se tornaron más profesionales y el factor puramente musical entró en juego, resultó que ya no estaba solo al frente. El destino o la casualidad hicieron que en aquella misma banda se juntasen dos individuos con una facilidad pasmosa para sacarse melodías inolvidables de la manga. Lennon inició una competición con Paul McCartney, que convirtió al cuarteto de Liverpool en una de las fuerzas artísticas y culturales más poderosas del siglo XX, y probablemente de toda la historia de la humanidad. Ambos jóvenes eran conscientes del talento del otro, y por ello firmaban sus canciones como Lennon/McCartney aunque en realidad las componían generalmente por separado. Entre ambos producían la inmensa mayoría del repertorio de la banda y fueron el ente bicéfalo que manejó el timón durante la existencia de aquel extraño milagro llamado Beatles. Así, si Paul aparecía con She loves you o Can’t buy me love, John hacía lo propio con A hard’s day night o Ticket to ride (por cierto, da gusto ver una actuación en directo de los Beatles primerizos en que se los oiga por encima de los gritos femeninos). Si Paul se descolgaba con el himno nostálgico Penny Lane, John le respondía con Strawberry fields forever. Si McCartney quería sonar en todas partes con Yesterday, Lennon lo hacía con Lucy in the sky with diamonds.



No se podía competir con una pareja semejante. Era casi imposible. George Harrison tuvo que sacar lo mejor de sí mismo y resulta realmente asombroso que finalmente lograse ponerse a la altura de sus dos compañeros, si no en productividad, sí en cuanto a la calidad de sus mejores temas. Ringo Starr se resignó a ser reconocido únicamente como instrumentista, porque componer algo al nivel de Lennon/McCartney estaba fuera del alcance de casi todos los seres humanos. Muchos otros artistas de la época se resignaron también a estar a la sombra de los Beatles. En menos de diez años, los Cuatro Fabulosos de Liverpool provocaron un cambio de paradigma musical no sólo a nivel popular, sino a nivel de reconocimiento de la esfera artística en bloque, pocas veces visto. Su éxito no tenía parangón y el propio Lennon lo resumió con una elocuente “somos más famosos que Jesucristo”. Lo cual, por otra parte, era técnicamente cierto pese al escándalo que produjo esa cita y que le ganó no poca animadversión entre sectores religiosos. Lennon era consciente del estatus de fenómeno mundial que habían adquirido los cuatro, y pronto fue quien empezó a dar más que hablar debido a lomarcado de su temperamento y a su tendencia a decir las cosas claras.

Pero el éxito no mató los demonios internos de Lennon. En su incesante búsqueda de sí mismo despistó a propios y extraños con sus cambios de rumbo a final de los sesenta , embarcándose en cruzadas ideológicas que le valieron incluso la enemistad de algún que otro gobierno (especialmente el norteamericano), protagonizando numeritos estrafalarios de toda índole y convirtiéndose en una figura de la avantgarde más esperpéntica junto a su novia intelectual —y después segunda esposa—, la célebre Yoko Ono. El Lennon callejero, el antiguo Teddy Boy de pantalones de pitillo y fijador, quiso reconvertirse en un gurú de la vanguardia. El resultado no pudo ser más desconcertante. Lennon, como decíamos, seguía teniendo la calle en él, y su sarcasmo, su impertinencia y su tendencia —reconocida por él mismo— a hablar más de la cuenta le convirtieron una figura que basculaba entre el santón etéreo y el pandillero demagogo. No siempre supo medir sus pasos en aquella época. Él mismo se sintió después avergonzado por algunos de sus excesos culturetas de esos años, y especialmente por la transitoria pérdida de control de su ego. Siempre habló de que su mayor cura de humildad se produjo el día en que tuvo el atrevimiento de encabezar con la entonces infumable The Plastic Ono Band un festival en el que actuaron como teloneros varios de sus ídolos y maestros: Bo Diddley, Jerry Lee Lewis, Little Richard y su adorado Chuck Berry. Después de que semejantes pesos pesados del rock hubiesen calentado al público con su magia y energía, Lennon tuvo los santos redaños de pisar el escenario y ofrecer una muestra de sus desvaríos —hoy diríamos que “gafapastas”— junto a Yoko Ono, que provocaron una oleada de abucheos en la audiencia. Aquella fue una lección que Lennon no olvidaría nunca. Una lección que permitiría emerger al Lennon más legendario e idolatrado, el de los setenta, el de mensajes políticos aún extremistas pero más razonados y mejor presentados, el Lennon que supo finalmente combinar espectáculo y música con mensaje sin caer en experimentos aburridos y absurdos.


Precisamente su relación con Yoko Ono, casi universalmente denostada por los fans de los Beatles y de la música en general, le marcó profundamente. No fue una relación idílica. Hubo problemas y rupturas, y Lennon se vio con otras mujeres en dichos paréntesis, porque no era precisamente un santo. Pero sería absurdo no admitir que John y Yoko se querían. Él le dedicó algunas de sus mejores canciones, como Woman, o la eternamente impresionante Jealous Guy, una sobrecogedora canción sobre los celos que fue una de sus obras cumbre. Si tuviera que escoger una única canción de Lennon, esta sería probablemente mi favorita. Aunque yo también soy de los que piensan que Yoko Ono fue a menudo una mosca cojonera que no colaboró a mejorar el ambiente en lo que —de todos modos— era una disolución cantada de los Beatles, y que su influencia sobre Lennon, al menos a nivel de imagen pública, fue a menudo negativa, he de decir que lo que ocurre entre dos personas queda entre esas dos personas, y para bien o para mal, es tan difícil entender al Lennon de los últimos años sin Yoko como lo es entenderlo sin el propio rock & roll.

En los setenta, decíamos, Lennon abandonó las ínfulas vanguardistas y retornó a la música que realmente amaba: el rock & roll… incluso grabó un disco de versiones llamado sencillamente así, Rock ‘n’ roll. Mientras, su estatus como figura pública se había disparado y era uno de los individuos que más daban que hablar a nivel mundial. McCartney —el “más musical” de los Beatles— seguía centrado en su carrera, George Harrison continuaba colgado en los sesenta y Ringo Starr rodaba películas estúpidas y se iba de juerga alcohólica con Keith Moon, formando la pareja de baterías más divertida de todos los tiempos (en serio, ¿cómo no pueden caerte bien estos dos tipos?). Pero Lennon era el hombre de las convicciones fuertes, el hombre cuyas opiniones eran escuchadas y tenían repercusión. Seguía siendo el Beatle a quien más atención se prestaba, como al principio, cuando eran sólo una pandilla de chavales en las calles de Liverpool. No era un intelectual, por mucho que casi lo hubiese pretendido en ciertos momentos, pero sí era muy inteligente. Terminó resultando convincente cuando hablaba de la paz, de la forma en que el mundo era manejado por los poderes establecidos, en un humanismo poco académico y más bien rabiosamente instintivo. Era el izquierdista, el feminista, el pro-abortista, el defensor de las minorías, el artista que sin avergonzarse de su condición de millonario —a fin de cuentas la gente le había pagado por su música y él no le había robado a nadie— hacía lo que podía por enviar un mensaje de libertad, igualdad y fraternidad desde el púlpito que entre todos le habíamos concedido. Era Lennon, el inesperado portavoz de una clase proletaria a la que nunca perteneció realmente, pero a la que conocía de cerca y respetaba. Quizá no fue nunca el mejor marido o el mejor padre, pero eso es algo que deben juzgar sus mujeres y sus hijos. A nosotros, a quienes lo admiramos por lo que aportó a la cultura universal y nunca lo conocimos personalmente, no nos debería importar. Tampoco fue nunca exactamente simpático, aunque en ocasiones —cuando a él le venía bien o sencillamente cuando se sentía relajado— sí conseguía desplegar ese encanto macarra que habitaba bajo su más reciente segunda piel de ideólogo concienciado. Era muy distinto, no puedo dejar de hacerlo notar, el Lennon de las entrevistas junto a Yoko que el Lennon de las entrevistas en solitario, más propenso al ingenio rápido que uno esperaría de aquel chaval carismático de la Liverpool cruda y portuaria, y no tanto al discurso solemne que a veces, sobre todo cuando su mujer estaba al lado, podía resultar demagógico y en ciertos momentos francamente estomagante.

Durante esos mismos años setenta, el reconciliado matrimonio de John y Yoko convirtió Nueva York en su nueva casa, como hicieron muchos artistas británicos que emigraban a EEUU por cuestiones, sobre todo, de impuestos. Lennon se estableció en la Gran Manzana muy a disgusto de las autoridades norteamericanas, las cuales —hoy es bien sabido— buscaron cualquier excusa legal para conseguir deportarlo de vuelta a las Islas Británicas, aunque nunca lo consiguieron. Y aquella ciudad era sin duda el nido ideal donde podía establecerse alguien como él, porque allí era donde se estaba cociendo todo y Lennon —excepto en su eterno amor a la música de los cincuenta con la que había crecido— no estaba dispuesto a estancarse en el pasado. Seguía siendo el más afilado de los ex-Beatles, el que más bordeaba los límites en lo cultural, y seguía calando entre las nuevas generaciones. Y no era el más cercano a la gente de a pie porque Ringo —aun con todos sus millones— era pura “working class” y auténtica carne de taberna, pero sí era el que la gente sentía más cercano a ella. Nunca fue un personaje cómodo y eso le valió, incluso en vida, algunas admiraciones encendidas y profundas de una naturaleza que ninguno de los otros Beatles consiguió despertar. También le valió no pocas enemistades, pero como decíamos más arriba, Lennon siempre estuvo en guerra con el mundo.

Sólo que en su guerra contra el mundo nunca debió verterse sangre, pero ese mundo, por desgracia, está plagado de alimañas.




Y hablando de alimañas, Mark David Chapman debe de ser uno de los individuos más odiados del planeta. Sí, hay gente que ha cometido crímenes incluso peores, pero él se las arregló para tocar una fibra que en cierto modo estaba conectada con casi todo individuo en nuestra sociedad moderna. No fue hasta el 8 de diciembre de 1980 —se cumplen treinta y un años mientras escribo estas líneas— en que dicha sociedad adquirió plena consciencia de lo importante que son (con justicia o no, pero inevitablemente) determinadas figuras del ámbito de la creación artística y cultural.

Ese 8 de diciembre de 1980 John Lennon y Yoko Ono salieron del hoy tristemente legendario edificio Dakota, un complejo neoyorquino de apartamentos de lujo, para pasar la jornada grabando música en el estudio. Nada más pisar la calle y aproximarse a su limousine, se produjo el primer encuentro entre Chapman y Lennon: el joven de veinticinco años se acercó a Lennon camuflado entre varios fans que pedían autógrafos, a los que el cantante atendía amablemente. De hecho, Lennon le firmó un disco al propio Chapman y tras estampar su firma en la carpeta del vinilo le dijo “¿deseas algo más?”. Después, John y su esposa entraron el automóvil y se marcharon. Poco podía saber el ex-Beatle que acababa de toparse cara a cara con su inminente asesino. Volverían a encontrarse aquella misma noche, lo cual significaba que John Lennon no volvería a contemplar otra mañana.

Tras la hora de cenar, cuando el ex-Beatle y su mujer regresaban a su apartamento, Chapman estaba esperando en el portal, agazapado entre las sombras. Allí le había visto el portero de la finca, quien no sospechó nada extraño porque no era raro que también por la noche hubiese fans esperando a Lennon ante el edificio o en el mismo patio. De hecho, el cantante se apeaba de su limousine en plena calle a propósito —en vez de entrar directamente con el coche en el complejo del edificio, cosa que podía hacerse— porque le gustaba atender personalmente a sus seguidores. Además Chapman era de aspecto más bien inofensivo, así que el portero no concedió mayor importancia a su presencia.

John Lennon empezó a caminar por el portal en semipenumbra. Todo sucedió rápidamente, no hubo grandes ademanes ni escenas grandilocuentes. Fue un asesinato rápido, frío y francamente cobarde. Sin mediar palabra, Chapman se acercó a Lennon por la espalda y disparó cinco tiros a bocajarro, de los cuales cuatro hicieron blanco en su cuerpo, causándole severas heridas internas. Lennon aún pudo dar unos pasos y subir algunos escalones hacia el lugar donde estaba el guarda de seguridad, diciendo: “me han disparado”. Después, no fue capaz de mantenerse más en pie. El guarda lo ayudó a tenderse, cubriéndolo con su propia chaqueta y quitándole las gafas. Se llamó a una ambulancia. En algún momento entre quedar tendido en el portal y su llegada al hospital, John Lennon dejó de respirar. No tenía pulso cuando entró en la sala de emergencias y pese a los desesperados intentos del equipo médico no pudo ser reanimado. Las heridas eran demasiado graves, y una de las balas había seccionado la arteria aorta —la principal vía sanguínea del organismo humano— con lo que su cuerpo sencillamente había dejado de funcionar en el breve tiempo transcurrido desde los disparos. John Lennon había muerto.


Mientras tanto, la policía detuvo a un tranquilo Mark Chapman que no se había resistido cuando el portero del edificio, tras oír los disparos, había corrido hacia él, logrando reducirle y quitándole la pistola. Horrorizado, el conserje le había dicho:
—Pero, ¿tú te das cuenta de lo que acabas de hacer?
—Sí, acabo de matar a John Lennon.

John fue un individuo complejo e imprevisible, digno de estudio, que dejó un poso de fascinación en la cultura popular. Te caiga bien o te caiga mal, es precisamente el tipo de personaje público interesante en el que siempre merece la pena indagar, del que siempre hay algo intrigante que descubrir; la clase de estrella que cada día añoraremos más porque cada día abunda menos. Alguien que nos da motivos para pensar y reflexionar aunque sólo sea por el mero hecho de intentar analizar su figura. No fue un artista superficial, tampoco “inodoro, incoloro e insípido”. Aunque su famoso grupo definió la esencia de la palabra “pop”, él nunca fue un artista poppie. Y no me refiero sólo a lo musical —porque Lennon adoraba el rock & roll y tenía siempre la palabra en la boca— sino a su actitud vital. Nunca quiso ser un personaje blando y vendible. Nunca quiso ser una “estrella amable” ante los medios, ni un producto descafeinado para todos los públicos. Fue un rockero también en la vida: rebelde, contestatario, siempre haciéndose preguntas y cuestionando a la autoridad. No era alguien a quien verías en un reality show manteniendo conversaciones estúpidas sobre asuntos banales. Así que, aunque suene a horrendo tópico de carpeta de quinceañera, admitiré que sí, que yo también echo de menos a John Lennon. Si incluso Ray Charles lo echaba de menos,entonces es que hay buenos motivos para ello. R.I.P. John.

jueves, 8 de diciembre de 2011

miércoles, 7 de diciembre de 2011

IN THE TOILET OF THE SOUL

miércoles, 30 de noviembre de 2011


ike the memory from your mother’s house from before you got too old
like the feeling from a photograph before it’s meanings all got told
the words I say can be silver, but what’s left unsaid can be gold
so get to know me once I go away

maybe ‘cause I come from such an empty-hearted town
or maybe ‘cause some love of mine had really let me down
but the only time I am lonely is when others are around
I just never end up knowing what to say

if I wanted someone to clean me up, I’d find myself a maid
if I wanted someone to spend my money, I wouldn’t need to get paid
if I wanted someone to understand me, I’d have so much more to say
I want you to make the days move easy

I took everything I thought from what it means to be a man
we need words to be put to what we do not understand
while you lean into the echoes and you do not raise a hand
oh woman, help me see it like it is

if I wanted someone to clean me up, I’d find myself a maid
if I wanted someone to spend my money, I wouldn’t need to get paid
if I wanted someone to understand me, I’d have so much more to say
I want you to make the days move easy

if I wanted someone to clean me up, I’d find myself a maid
if I wanted someone to spend my money, I wouldn’t need to get paid
if I wanted someone to cut me down, I’d have handed you the blade
I want you to make the days move easy
I just want you to make the days move easy

En la mesa con modernos 2.0


En los pueblos del salvaje oeste, los Sheriffs intentaban obligar a los vaqueros a dejar sus armas de fuego en la puerta del salón para evitar tiroteos. Para salvar vidas, concretamente la vida social tal y como la conocemos en este país, debemos hacer lo mismo con la nueva tecnología. Sí, somos de carne y hueso, pero nuestra adicción a la tecnología nos ha convertido en una mutación donde sus productos y “aplicaciones” han creado un nuevo ser humano 2.0, con partes de robot.

Como decía Évola, hay que cabalgar al tigre para no acabar siendo su víctima. Montado encima del monstro, no al revés, como un mono en nuestras espaldas. De momento, vamos perdiendo.

Comer juntos es algo más que alimentarse en lo nutritivo, es compartir un acto, romper el pan juntos y vivir la intimidad humana que eso produce. Empezó en los Estados Unidos, lo de comer y cenar ante la tele. Ahora, el teléfono móvil es el “otro invitado” que con su presencia y actividad se impone sobre la mesa compartida.

En el futuro voy a pensar y elegir bien con quién como, por no tener que tragar el universo-móvil de otros. No me resulta muy digestivo el plato

lunes, 28 de noviembre de 2011

El perfil del aire

Qué importante es el olor, y qué olvidado. Toda la memoria de una vida la guarda el olor. La esencia de uno esta en el olor. Oliendo fuerte, fuerte fuerte una prenda, una camiseta, papeles… se intenta recuperar como por ritual, o magia, la presencia del ausente. Te huelo y parece que estes aqui. Casi, pero no.


Mmmm… es como comer a pedacitos tu alma. Inspiro y me inflo de ti. Y vuelo.... y vuelo... hasta...




Es verdad, M80 nunca falla. RNE3 sí.

miércoles, 16 de noviembre de 2011

La zona VIP del paraíso


Si hubiera nacido en Roma hace más de 2000 años,
Viviríamos en un Imperio, tendríamos un esclavo
Y ánforas en el patio llenas de aceite y vino
Y una estatua de mármol dedicada a mí

Si hubiera nacido en Roma hace más de 2000 años,
No olería a champú tu cabello dorado
Y ofreceríamos toros a los dioses, brindaríamos con soldados
Y nos despertaría un carro, subiendo por el empedrado

Y los turistas se hacen fotos, donde tú y yo desayunamos
Son las cosas buenas de pasar a la eternidad

Y una guía les enseña el mosaico del comedor
Se retratan y pasean por nuestra habitación

Y ahora un niño dibuja a lápiz en la sala del museo,
El brazalete de esmeraldas que te envuelve el velo
Y un submarinista encuentra nuestros vasos y nuestros platos
Son las cosas buenas de pasar a la eternidad

miércoles, 9 de noviembre de 2011

lunes, 7 de noviembre de 2011

ENORME

I'm sick and tired of the way that I feel
I'm sick of dreaming and it's never for real
I'm all alone with my deep thoughts
I'm all alone with my heartache and my good intentions
I work to eat and drink and sleep just to live
Feels like I'm never getting back what I give
I've got a sad song in my sweet heart
And all I really ever need is some love and attention
And I don't want to cry my whole life through
I want to do some laughing too
So come on, come on, come on, come on, laugh with me
And I don't want to die without shaking up a leg or two
Yeah, I want to do some dancing too
So come on, come on, come on, come on, dance with me
Sometimes you've just got to make it for yourself
Sometimes, sugar, it just takes someone else
Sometimes you've just got to make it for yourself
Sometimes, baby, you just need someone else
And I don't want to cry my whole life through
I want to do some laughing too
So come on, come on, come on, come on, laugh with me
And I don't want to die without shaking up a leg or two
Yeah, I want to do some dancing too
So come on, come on, come on, come on, dance with me
Sometimes you've just got to make it for yourself
Sometimes, honey, it just takes someone else
Sometimes you've just got to make it for yourself
Sometimes, darling, you just need someone else
And I don't want to cry my whole life through
I want to do some laughing too
So come on, come on, come on, come on, laugh with me
And I don't want to die without shaking up a leg or two
Yeah, I want to do some dancing too
So come on, come on, come on, come on, dance with me

jueves, 3 de noviembre de 2011

miércoles, 2 de noviembre de 2011

miércoles, 26 de octubre de 2011

martes, 18 de octubre de 2011

QUE NADIE DUERMA

Ambientada en la China milenaria, la ópera narra la historia de la cruel princesa Turandot que, en venganza a una antepasada mancillada, decapita a sus pretendientes si no le responden tres adivinanzas. Un príncipe ignoto (Calaf) se postula respondiéndole los tres enigmas y desafiándola a que sea ella la que averigüe su nombre. Turandot ordena que nadie duerma en Pekín hasta que se sepa el nombre del atrevido pretendiente.



domingo, 16 de octubre de 2011

miércoles, 12 de octubre de 2011

WE ARE NOWHERE AND IT'S NOW

And if you swear that there's no truth and who cares
How come you say it like you're right?


martes, 11 de octubre de 2011

WE ARE NOWHERE AND IT'S NOW


I got no plans and too much time
I feel too restless to unwind
I'm always lost in thought
As I walk a block to my favourite neon sign


miércoles, 5 de octubre de 2011

domingo, 2 de octubre de 2011

miércoles, 28 de septiembre de 2011

Yo, perro

Una noche, tras dos copas, en un restaurante neoyorquino bastante hortera llamado Russian Tea Room, por el que sentimos simpatía por ser escenario de novelas deBashevis Singer y de películas como Tootsie, a punto de pedir la nefasta tercera copa, en ese momento en que más que aflorar la verdad afloran las groserías, un amigo que en realidad no lo era tanto me dijo: "Tú es que te vas con cualquiera". Aunque no creo en el célebre dicho que reza que los borrachos y los niños dicen la verdad, en este caso, mi amigo (que no lo era tanto) acertó, porque si hay una característica enrocada como un mejillón en mi carácter desde que era niña, es ésa, que me voy con cualquiera. Con cualquiera que me interese. Mi medio amigo se refería a que me iba con personas sin importancia (para él). También acertaba. A mí, lo que más me atrae de este mundo, es que las personas sin importancia me abran de pronto su corazón. Si en alguna ocasión he pensado en llevar un diario, no ha sido para escribir de esa gente célebre a la que tengo alcance; la gente célebre es, con frecuencia, demasiado autoconsciente de serlo, estudian lo que dicen y racanean su sinceridad, en suma, son un coñazo. Nada como una persona sin importancia. Ese interés mío no tiene que ver con la conciencia social de la que tanto presumen las figuras públicas. No. A mí sólo me mueve el coleccionismo. Soy coleccionista de vidas sin importancia. Mi amigo dejó de serlo, no de golpe, como ocurre con los amigos que no terminan de serlo, fue devorado por la distancia y el tiempo. Visto con perspectiva, me doy cuenta de que no me ofendió el hecho de que me dijera algo que, por otra parte, era verdad, sino su intención de herirme. Los amigos, incluso los que no lo son tanto, siempre corremos el peligro de herirnos tontamente, pero qué desagradable es descubrir que había un fondo de resentimiento, que estuvo siempre ahí hasta en los momentos que nos parecían buenos. Me voy con cualquiera. Dicen que hay dos tipos de personas: los gatos y los perros. Sé que tienen mucho más misterio los gatos, pero yo soy perro, perrilla; no me importa ir detrás de alguien que me interesa, incluso, a veces, de quien no me conviene. Siempre había niños que se quedaban mirando a la banda de música desde la acera y otros que la seguían, perrillos, bailando. Más de una bronca me llevé por ser tan perrilla. Hay dos tipos de escritores, los perros y los gatos. Los perros tienen menos prestigio, los críticos suelen llamarles realistas o, si les quieren hacer más daño todavía, costumbristas. A mí no me importa la palabra, sino la mala baba con que se escupe. Pero en fin. A este carácter mío de canino el Internet le va como anillo al dedo, aunque lo haya criticado y lo critique. Como internauta que soy pienso que no está de más que los padres, a veces tan ajenos, se pongan al día en las posibilidades que tiene este juguete, porque a veces es sólo eso, un juguetito. A mí me gusta jugar con esta cosa. El placer a menudo tiene sus peligros, claro, pero los perrillos, ay, no sabemos resistirnos. Será que entre mi lista de amigos hay demasiada gente jovenzuela, el caso es que, lo confieso, soy de Facebook. Facebook es como un gran corro de la patata. La definición no es mía, se la debo a un escritor con el que comparto bastantes cosas (él es gato, por cierto), y creo que es acertadísima. En principio, "el corro de la patata/comeremos ensalada" no tiene límite en el número de participantes, así que hay páginas de Facebook, sobre todo aquellas de adolescentes, que tienen registrados más de mil amigos, con lo cual es casi imposible el control de la información. Pero es que, además, las inocentes criaturas exhiben las fotos de novios, fiestas y lotes, sin pensar en que la vida no consiste sólo en el presente. Esas redes sociales, sobre las que ahora tanto se teoriza, han permitido que cada individuo se convierta en un personaje delHola, un Hola popular, que en tu círculo interesa tanto como el Hola ortodoxo. El caso es que ese uso temerario e imprudente del Facebook ha provocado que comiencen a aconsejarse unas recomendaciones de uso, como en los medicamentos: no hay que dar demasiados datos personales, hay que reservar eso que se llama intimidad y tener conciencia de que te estás exhibiendo. Surgen otros problemas bastante chocantes: mamá (por ejemplo, yo) se hace de Facebook y quiere ser amiguita de sus hijos. Ella (yo) lo ve clarísimo, entonces ¿por qué sus hijos no quieren jugar con ella al corro de la patata? Pues porque mamá es un coñazo y ellos saben que acabará metiendo las narices en la página del hijo. Para espiar. Las mamás son espías de nacimiento y no lo pueden evitar. Además, el hijo puede reprimir sus bromas si sabe que mamá espía su página, pero no puede controlar las bromas de sus amigos, así que lo más aconsejable es marginar a mamá, al jefe y a los amigos que no lo son tanto. De todas formas, a veces ocurren cosas extraordinarias; yo ahora, por ejemplo, tengo un amigo filipino, un tal Henry Lindo; me localizó en el Facebook y me envió este mensaje: "Su nombre me hace feliz, era el nombre de mi madre, murió hace unos meses y la echo tanto de menos". Lo dicho, me voy con cualquiera. -

PEOPLE

San Francisco's People. Canon 5DmkII 24p from Philip Bloom on Vimeo.

Anatomia del nuevo casticismo


Hay almas ingenuas que se creen que no siguen las modas. Con esos espíritus puros es mejor no discutir porque viven convencidos de su diferencia. Bastaría que nos mostraran un retrato de hace veinte años para hacerles notar que hasta en las patillas se aprecia que uno es parte de su tiempo. En las patillas de los hombres y en las cejas de las mujeres. No se sabe quién convenció a las chicas de los setenta de que se las depilaran hasta esquilmar los poros, y quién nos convenció a las de los ochenta para que luciéramos las cejas en su máximo salvajismo. Este siglo XXI es el de los experimentos capilares. Ves a un hijo tuyo un día y te sorprende con unas patillas de escritor romántico y a la semana siguiente se ha dejado barba de cuáquero. Modas. Personalmente, convivo mejor con este eclecticismo presente que permite que uno componga a su manera su propio personaje. Modas. Todos las seguimos. Más aún los que se definen más refractarios a ellas. Viajo de un lado a otro del Atlántico y observo, con más ternura que sarcasmo, que todos los jóvenes se parecen. De la misma forma que se parecían esos jóvenes más papistas que el Papa que con su hippismo atildado inundaron Madrid en agosto, se parecen entre sí esos otros más audaces, creadores espontáneos de tendencias que más tarde copiarán las revistas del ramo. A mi generación le tocó la ya cansina movida pero también el auge del mundo yuppi que despreció los locales castizos e inundó las ciudades españolas de bares y restaurantes decorados con aquella sosería de paredes paneladas que algún listo llamó minimalismo. El minimalismo consistía, en lo que a locales de comida se refiere, en unos paneles de cerezo. Eso en el mejor de los casos; en el peor, en paneles negros que todo lo cubrían y no permitían colgar siquiera el banderín del equipo de fútbol del dueño. Las mesas eran de filo cortante. Las barras eran de filo cortante. Tan cortante que si un día una criatura ebria perdía el equilibrio y se estampaba contra la barra corría el peligro de abrirse una brecha o de perder la vida. No fueron pocos los clientes que murieron en la flor de la edad por culpa del minimalismo. No había lámparas sino focos. Y la tele de toda la vida con su eterno partido de fútbol había sido sustituida por monitores que proyectaban videoclips. En el colmo de la modernidad, la imagen no coincidía con la música que sonaba. Un símbolo de la incomunicación de nuestro tiempo. Se ve que era eso. Y entonces el tiempo pasó (por abreviar): nosotros nos hicimos mayores y nuestros hijos adultos y vieron aquello, aquellos bares de decoración filosa y antipática, y dijeron, qué cosa más fea, por Dios, y sin ponerse de acuerdo -porque lo misterioso de las modas que nacen en la pura calle es que nadie se pone de acuerdo en seguirlas sino que surgen de estados de ánimo colectivos-, emprendieron la tarea de buscar los viejos bares de la ciudad. Sí, aquellos bares con barra de mármol o de cinc en los que por un precio razonable te tomas unas cañas tiradas por camareros de camisa blanca y peinados a raya y unos bocadillos de calamares comme il faut. También buscaron aquellas cafeterías cincuenteras o sesenteras con asientos de skay en las que de niños habían tomado sándwiches mixtos y batidos de chocolate. Fue difícil porque las franquicias habían acabado con patrimonios de la humanidad como la Cafetería Manila. Y en esto, que viajo a Buenos Aires y constato que la tendencia es la misma. La misma. Los jóvenes se han ido colando en las tabernas de viejos, acodándose en esas barras plagadas de fotos de boxeadores, futbolistas, toreros y cantantes. Visitan las que sobrevivieron a la modernidad y cuando montan negocios las imitan, tratan de recrear el ambiente cálido, popular, de barrio. De pronto, viejos y jóvenes se codean en la misma barra e ignoran a la generación madura que se ha quedado un tanto descolocada ante este auge del casticismo que algunos llaman vintage, porque la palabra casticismo no vende. En estos días he dejado las huellas de mis codos en El Obrero, El Favorito de Palermo, El Cuartito, La Brigada, El Desnivel; he escuchado nuevas voces del tango, como la Chicana, en el Club Atlético Fernández Fierro, y he visto a los abuelos acudir bien temprano a la milonga de la Confitería la Ideal, el lugar más decadente que imaginarse pueda, para no perderse una sola pieza. Una imagen prevalece sobre las demás: la del abuelo decrépito sacando a bailar a una jovencilla con zapatillas de deporte. Ella siguiéndolo a él: primero, porque en el tango los hombres dirigen; segundo, porque el viejo llevará al menos sesenta años practicando y sabe tanto de baile que ya no hace ni un solo movimiento gratuito. Miraba a los jóvenes porteños y observaba lo parecidos que eran a "los chicos" (así se refieren los argentinos a los hijos), que habían viajado conmigo. Los veía disfrutar de ese cálido localismo argentino como disfrutan aquí del madrileño o como yo veo a los jóvenes neoyorquinos en el Lower East Side. Todos se dan un aire, todos se parecen. Siguen una moda sin saberlo. Con el tiempo sus ropas y sus locales de copas se convertirán en el signo de una época. Espero que entonces sus hijos, nuestros nietos, no vuelvan al panelismo. Sería terrible