sábado, 27 de febrero de 2021

Escuchar un disco en el cine




Ayer viernes se estrenó el nuevo disco de C.Tangana "El Madrileño". Lo escuché varias veces en casa mientras hacía otras cosas, lo escuchaba mientras escribía por el móvil, fregaba, me duchaba o navegaba haciendo scroll por aquí o por allá. Si algo me llamaba la atención volvía a poner la canción pero mi atención es dispersa, diletante y se me escapa por cualquier chorrada. 

Ayer en Cineteca proyectaban una película de Rafael Berrio. Fuimos a verla sin saber qué íbamos a ver. Ultimamente eso nos funciona. No éramos muchos, pero tampoco pocos. Entre ellos estaba Jonás Trueba , quien presentó la película o "ese ovni raro" dijo. Ibamos a escuchar un disco de Rafael Berrio de principio a fin, en una sala de cine, sin más distracción que el propio Berrio con cara de Buster Keaton en pantalla escuchando su propio disco a todo volumen. 

Pues me encantó la experiencia. Tiempo atrás, en épocas de discman, me ponía los discos antes de dormir en la cama para no hacer otra cosa que escucharlos. Ahora, la única opción de escucha plena de los discos es en el coche, mientras conduzco. Bueno, pues Rafael Berrio, en lo que puede considerarse una ocurrencia inicial, creo que ha abierto otra nueva vía, y ha tenido un buena idea ; escucharlos en cine. Como un acto litúrgico, de esos que tanto escasean  y que cada vez valoro más. (¿Se presentarán discos así en un futuro?)

El disco fue una sorpresa. Me gustaron bastantes canciones; "Considerando", "Sísifo Releva a Sísifo" "Las tornas cambian". Sabiendo que murió en marzo de 2020, impresionaba verlo mirándote a los ojos y cantar eso de "el arte es largo, la vida es corta"

lunes, 15 de febrero de 2021

Majestuosa, siniestra y decidida

Y los siempre cambiantes clubes de jazz de la calle 52, con los inmensos rostros, instrumentos y nombres que ocupaban sus carteles. Afuera hiciera frío o calor, mordisqueando un puro , hombres bajitos que anunciaban el nombre de los artistas con un : Tres únicas noches o Última función en Nueva York. 

Ahí estaban, a media tarde, en el bordillo de la acera al salir del taxi o bebiendo en el bar White Rose, Ellos, los grandes artistas, con su rostro cansado y enigmático, su tos, sus labios cortados y sus ojos amarillentos;  y la ropa, recién planchada y reluciente, más tiesa que la fibra ósea e la pluma de un pájaro. 

Y ahí solía estar ella "diosa rara", Billie Holliday. 
Gente auténtica: nada que ver con tu padre o tu madre, nada que ver con tus amigos de toda la vida que ahora viven solos en la casa que fue de sus padres, con la plata y los retratos, un par de lámparas nuevas y el techo reparad: con la vida finalmente resuelta, preparándose para morir.

Hacia 1943. De noche, a la fría luz de la luna de invierno, se desarrollaba un espectáculo urbano bastante benigno. Los adolescentes dormían y la amenaza no flotaba más que por el paisaje; una amenaza estética. Nieve fangosa y sucia en las alcantarillas, un chanclo negro perdido, un par de bragas blancas, quien sabe si arrojadas desde un coche. Acompañando la música, como uña y carne, un libertinaje letal. Y, siempre, la luminosa autodestrucción de Billie Holliday. 

Cuando la vi por primera vez era gorda, grande, maravillosamente hermosa, gorda. Durante aquel instante nunca volvió, casi llegó a parecer una matrona, alguien auténtico y sensato que ingresa dinero en el banco, firmaba papeles, tenía cortinas a juego, los vestidos colgados y pares de zapatos –dorados y plateados, blancos y negros– siempre listos. Qué aparición más traicionera, aquella, aquella locura, porque nunca hubo mujer menos madre y menos esposa, menos apegada a nada; costaba imaginar, incluso, que pudiera ser una hija.  Ya quedaba poco que recordara la lastimosa dulzura de una jovencita.  No. Era rutilante, lúgubre y solitaria, aunque , por supuesto, nunca estaba sola; nunca. Majestuosa, siniestra y decidida. 

Noches insomnes . Elizabeth Hardwick  

jueves, 4 de febrero de 2021

Sueños

 


¿Y que pasa entonces con ese curioso sentimiento que casi todo el mundo ha experimentado en algún momento, esa repentina fugaz y perturbadora convicción de que algo que está ocurriendo en este momento ha ocurrido antes?

¿Qué pasa en esas ocasiones en las que , habiendo recibido una carta inesperada de un amigo que sólo escribe de tarde en tarde, uno recuerda que ha soñado con él la noche anterior?

¿Qué pasa con esos sueños que, después de haber quedado por completo en el olvido, se recuerdan a lo largo el día y de repente, sin que media ninguna razón aparente?¿Qué asociación los trae a la conciencia?

 ¿Qué pasa con esos sueños raros de los que uno se despierta por un ruido u otro acontecimiento sensorial, y en los que dicho sonido aparece como final del incidente sueño? ¿Por qué ocurre que este incidente de cierre está siempre precedido de una manera lógica por la primera parte del sueño?

¿Qué pasa, por ultimo, con todos los casos recogidos y clasificados por la Sociedad para la Investigación Psíquica, donde el sueño de la muerte de un amigo ha precedido una notificación, al día siguiente, que confirmaba el hecho? 
¿Es posible que estos fenómenos no fueran anormales sino normales? ¿Qué esos sueños– los sueños en general, todos los sueños, los del todo el mundo– estuvieran compuestas de imágenes de la experiencia pasada e imágenes de la experiencia futura mezcladas en proporciones iguales?


Todo esto se lo pregunta el excéntrico filósofo J.W. Dunne en su libro "Un experimento con el tiempo". Una teoría publicada allá por 1927, muy leída entonces y ahora olvidada y con la que más tarde Nabokov hizo su propio experimento.
Ojalá pudiese acordarme más de lo que sueño. ¿Será cuestión de entrenamiento?