lunes, 5 de octubre de 2020

Vernon Subutex

"Acuérdate, Vernon, entrábamos en el rock  como el que entra en una catedral, y esta historia era una nave espacial. Estaba lleno de santos, ya no sabíamos ante cual arrodillarnos para rezar. Sabíamos que una vez desenchufados los jacks, los músicos eran personas como los demás, que hacían caca y se limpiaban los mocos cuando pillaban un resfriado, pero daba lo mismo. Nos importaban un huevo los héroes, lo que queríamos era aquel sonido. Nos traspasaba, nos fulminaba, nos colocaba. Existía, a todos nos provocó lo mismo al principio: joder ¿esto existe? Era demasiado grande para nuestros cuerpos.  Jóvenes al galope, no teníamos ni idea de la suerte que teníamos... Me acuerdo del tío que me enseño los tres acordes de "Louie Louie" a la guitarra, y por la noche me di cuenta  de que con eso podía tocar casi todos los clásicos. Cuando tenías callos en los dedos por primera vez, era como haberte sacado  el certificado de aptitud profesional. El primer tema  que supe tocar  entero fue ""She's Calling You". Necesité un verano. Lo que hacíamos era una guerra. Contra la tibieza. Nos inventábamos la vida que queríamos tener y no había ningún aguafiestas que nos advirtiera que al final renunciaríamos . Cuando yo tenía 16 años, nadie habría podido hacerme creer que no estaba exactamente donde tenía que estar. En un camión G7, sentado en la rueda,  temblando con seis colegas sin estar seguros de haber puesto bastante gasolina para volver pero a ninguno de nosotros le preocupaba la duda. Era "la última aventura del mundo civilizado". Lo demás te acuerdas, no era tabú, no estábamos cabreados con nadie. Los demás no existían. Vivimos nuestra juventud en burbujas de acero blindado. Había alquimias de entusiasmo, cosas cuya otra cara aún no habíamos visto, nos buscábamos apodos, todo era interesante, hasta las mayores gilipolleces. [...]

"La" escena era lo único  que contaba. Y teníamos razón. Entre semana pegábamos carteles , los fines de semana tocábamos en algún sitio, había bastante gente para que no nos diera la impresión de estar ensayando, planchábamos nuestros discos,  no nos pronunciábamos en ninguna parte, no había intermitencia,  no había mundo exterior al  nuestro.  Todos teníamos asociaciones sin ánimo de lucro , éramos tesoreros, presidentes y todos vivíamos de trabajos de ayuda al empleo. Íbamos a Italia, a Alemania, a Suiza a Hungría, a España a Inglaterra a Suecia, siempre en camiones hechos polvo, y éramos reyes del mundo. Luego llegó el señor que se encargaba del rock en el Ministerio de Cultura , empezamos a oír hablar de subvenciones,  a ver que abrían bonitas salas que parecían centros de juventud municipales de lujo, vimos a tíos que sabían  montar dosieres, que hablaban el lenguaje de las instituciones, estaban más estructurados, eran más listos.  Empezamos a rellenar papeles. El CD sustituyó al vinilo.  Desaparecieron los 45 revoluciones.  Parecía que no pasaba nada. Sabíamos  y no sabíamos.  Cada cosa, tomada de una en una, era anecdótica.  No lo vimos venir en conjunto.  Y aquel sueño sagrado  se convirtió en una fábrica de meados. Ya nada era nuestro. Nos convertíamos en clientes. El rock le venía bien a la lengua oficial del capitalismo, la de la publicidad ; eslogan, placer, individualismo, un sonido que te impacta sin tu consentimiento. No entendimos que las piedras mágicas que teníamos en las manos eran diamantes puros. Un tesoro en manos  de una pandilla de inadaptados. Ninguno de nosotros tenía planes de hacer carrera. No pensábamos que era posible. Eso nos salvaba. Lo perdimos todo. Pero nunca hablaremos de igual a igual  con los que nunca han conocido  una vida que se ajusta a sus sueños punto por punto.  Hoy en día me cruzo con personas  que, a los veinte años, aprendían la competitividad en la escuela o el marketing en la empresa, y que quieren hacerme creer que hemos vivido la misma juventud. Yo no digo nada. Pero olvídalo, tío, olvídalo. Mi aristocracia es mi biografía. Me quitaron todo lo que tenía,  pero conocí un mundo que nos creamos  a nuestra medida, en el que no me levantaba por la mañana diciéndome voy a seguir obedeciendo.

Los años noventa. Había llegado el momento de que todos cantaran las alabanzas del pragmatismo. Ninguna cuestión ética podía reducir los beneficios. Estaba desfasado. El que no aullaba con la manada era un retrasado mental. Saquearon todo lo que habíamos amado. Destruir es rápido, todo el mundo puede hacerlo. Rápido, rápido, una página más de publicidad, una subvención, dos espónsores nante, que sienta correa cuando quiera correr. Aquel mundo nuevo era fantástico, había que ser gilipollas para no creer en él. Y los activistas políticos que estaban en nuestras filas no reaccionarios mucho más. Siguieron recitando viejas fórmulas, como si salieran de libros sagrados. Reflexionar en tiempo real no le interesaba - cuanto más pasaba el tiempo, más le gustaba la Comuna. Esa masacre se convirtió en nuestro descendimiento de la cruz. Así no llegaremos lejos."


No hay comentarios:

Publicar un comentario