lunes, 12 de octubre de 2020

Mi nombre desenfocado

 Mi nombre no tiene un único sabor que me defina. Tengo muchos, quizás demasiados.

Al no tener mi nombre una rotunda sonoridad, como un Lola, Julia o Marta, pues cada persona me nombra como quiere o como puede. En mi DNI soy Iciar , pero en mi bautizo fui algo más; Iciar del Mar Remedios. Y esa, fue la primera de muchas mutaciones.

Para mi abuela Angustias, por ejemplo, siempre he sido Isía, no Iciar, sino I-S-Í-A, con acento del sur. Porque mi abuela , como tantos otros, era hija de la emigración y aunque vivía en Caldes de Montbui, ella era de Gor, un pueblecito de Graná. Yo nunca se lo corregí, ¿para qué? Me gustaba como sonaba así, mi nombre averiado, nuevo, con acento andaluz, de su añorado pueblo blanco, enjalbegado, del que siempre me contaba aquella historia de cuando la viruela asaltó a todo el pueblo y murieron dos de sus hermanos. Entonces, los médicos, recomendaban no beber agua, que era mala para la viruela -decían, pero ella no les hizo ni caso y aprovechando que su madre bajó hacia las pozas a lavar la ropa, se quedó sola en la casa. Ella sabía que tardaría en volver porque a su madre le encantaba demasiado eso de chafardear con las comadres. Entonces, ya tranquila, sin nadie cerca fue cuando se empinó el cántaro del agua. Gracias a eso salvó su vida. Por eso, Isía me sabe al agua fresca de ese cántaro.

En Bilbao en plena edad del pavo mi nombre dio un giro de más de 360 grados y mutó de Iciar a Txuma. No me preguntes cómo ni por qué, porque incluso a mi me cuesta hacer arqueología de anécdotas y llegar al dichoso origen . El caso es que desde entonces casi nadie sabía en realidad cómo me llamaba. Todo el mundo me conocía por Txuma. Incluso inspiré varias canciones absurdas con ese nombre tan bizarro. Cuando escucho Txuma , sé que estoy en Bilbao con amigos de toda la vida. Interpretando un guion un poco ya predefinido, porque Txuma siempre es más un personaje que una persona (aunque ella tienda a salirse de cualquier marco). A Txuma le encanta llevar la contraria, tocar las narices y hacerse querer. Txuma me sabe a pintxos de Somera, cazuelitas del Rio-Oja, txampis y kalitxikis del Motrikes, txakoli guipuzkuano y patxaran.

En Madrid siempre me he presentado como Itzi, claro que aquí en la meseta pocos lo escriben así. Ichi ha ganado por goleada. Es mi variación castiza. Esa “ch” de chata, chica, chooootis. Me encanta ponerle ese tonito chulo a lo Sarita Montiel. Ichi me sabe a cañas de 1€ en el Museo del Jamón con su tapita de rigor, a patatas fritas, a chocolate con churros en invierno, a esa tosta de jamón un domingo de rastro en El Extremeño, a aceitunas con hueso y a más espuma de cerveza rompiendo en brindis de terrazas por tantas buenas y malas noticias que nos ofrece esta ciudad. Cualquier excusa es buena para celebrar.

Itziar me llama casi toda mi familia. Pero hoy resuena más fuerte la voz de mi hermano “¡¡¡Itziaaaaaarrrrrrr!!” a lo Marlon Brando en Un Tranvía Llamado Deseo. Mi hermano me chilla tan fuerte que su aullido me llega desde Australia. Se llama Andoni, nombre por cierto, que elegí yo con 5 añitos , así de repente, como una epifanía de niña pequeña consentida. (Gracias por darme el gusto ama), Me gustaba entonces y me sigue gustando. Pero al pobre le pasa algo parecido a mi. Según donde viva las variaciones se multiplican y pueden nombrarle de cualquier manera menos por su nombre de pila; Anthoni, Tony, Antonio... Itziar me sabe a sus paellas de domingo. Las echo de menos.

Responder a tantos nombres, porque hay muchos más, me lleva a pensar, ilusa de mi, que todos son mis heterónimos , como en Fernando Pessoa . Quizá el mejor y más famoso ejemplo en la literatura. Sus heterónimos eran “otros de él mismo” con personalidades autónomas. De todos mis nombres, ¿con cuál de todos ellos me quedo? ¿Cuál me define mejor? ¿Dónde me siento más yo? Son demasiadas y lo normal sería identificarse con uno solo. Pero yo no puedo.

Soy un poco como Mel, personaje interpretado por Robin Williams en la película “Desmontando a Harry” de Woody Allen. La escena puede resumirse más o menos así:

Robin Williams interpreta a Mel en el set de rodaje. Pero entonces surge un problema para estupor de todos:

- Está desenfocado, ¡Mel está desenfocado! 

-¿Cómo puede ser?

Mel está desenfocado cuando al resto de actores se les ve perfectamente. Nadie entiende nada, y menos todavía el pobre Mel. Como solución le mandan a casa, a descansar y a ver si así se aclara. Pero al día siguiente es todavía peor. Él se ve mucho más borroso. Su familia sigue viéndole desenfocado.¡ Incluso su mujer se marea al mirarlo!. Normal. Con tanta indecisión sobre sí mismo ¿como van a poder verle definido? Ya en el médico el doctor concluye que la solución es que su familia, si quiere ver bien a Mel, va a tener que acostumbrarse a usar gafas graduadas.

La escena es maravillosa como metáfora de muchas cosas. Una genialidad de Woody. Por suerte mi caso es sólo un juego de nombres y personajes con bastantes cosas en común entre sí. A pequeña escala todos llevamos un Fernando Pessoa dentro fabricando heterónimos según nos conviene. Estamos llenos de gente. Por que...¿quién es Iciar, una mascara tras la cual se multiplican personajes imaginarios, o tan sólo un nombre que los reúne?










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