viernes, 1 de noviembre de 2013

David Trueba


En las novelas me ha pasado muchas veces que lectores a los que les gustan mucho siempre encuentran alguna escena que los perturba. Y siempre les digo lo mismo, y no es por justificarme: «¿Cuántas veces en la vida una persona se perturba a sí misma, hace algo que él mismo cuestiona moralmente?». Eso me parece que es la sal de la ficción, tienes que mostrarlo. En lo que hemos fracasado es en aceptar los personajes heroicos, blancos y negros, que han venido de la tradición norteamericana, que no es la anglosajona, donde su cine y su literatura te exponen a esto constantemente. Los americanos, con esa especie de angelismo pionero han perjudicado mucho a la complejidad del ser humano. Cuando lo digo, a veces la gente se enfada porque parece una crítica a Spielberg, pero lo único que quiero decir es que abogo por la complejidad, porque cuando no defiendes la complejidad provocas una gran frustración a la gente, que dice: «¿Y yo? ¿yo no soy Harrison Ford?». ¡Claro que sí, en tu vida cotidiana eres un héroe! Cada vez que llevas a tus niños al colegio y pagas la factura de la luz inflada con la que te están estafando, eres un héroe. Porque además tú no tienes madera de héroe.
En ese sentido Saber perder, que es mi novela más experimental, la escribí para ver hasta dónde puedes doblar la madera de balsa sin que se rompa, que es esa madera que configura la lectura de los personajes por parte del lector. Hasta dónde aguanta él que tú estés diciendo: «Otra vez va a cometer otro acto impuro, innoble, y se va a esconder y va a mentir». Trato de conducir a la gente a no hacer juicios sobre las demás personas, sino a intentar entenderlas. Si no entendemos a los demás estamos fracasando en nuestra peripecia vital. La ficción es un elemento que no tiene ese valor social, pero que tiene un valor ejemplarizante, porque si soy capaz de sentarme a ver una película en la que un señor no hace el 100% de cosas que admito, sino un 75%, y lo sigo admirando, a lo mejor estoy haciendo un ejercicio de narración más interesante que si cuento que hay una madre muy buena persona que quiere alimentar a sus hijos, pero los malos le quitan siempre la comida de la boca. Bueno, pues yo no soy partícipe de esa película. Por eso me gusta que los personajes sean así, autoritarios, pero al mismo tiempo deficitarios, con carencias y lagunas emocionales. Al final los quieres porque uno es egoísta. A sí mismo y a sus familiares uno siempre los quiere con sus defectos, pero a los demás no. Ahí está la labor y la gran perversidad del ser humano. 

[...]

No sé, me da pena porque amo esta ciudad, y sé que sus ciudadanos son capaces de brillar en las condiciones más penosas. De Madrid siempre me ha gustado que no es una ciudad presumida ni cursi, la gente de aquí no dice esas tonterías de qué ciudad tan bonita ni qué orgulloso estoy de ser de aquí. Sabe que nacer en un sitio es un accidente y que sacar de ello una condición es lamentable. Lo único que nos gusta es el cielo de la ciudad. En Madrid nos gusta tanto el cielo porque no lo alcanzan los concejales de urbanismo. Y si se convierte en realidad esa penosa apuesta de Eurovegas, habrá razones de peso para largarse a otro sitio menos corrupto. Por ahora sigo amando el caos de Madrid, su improvisación, su noche y su gente abierta. Soy de barrio, me gusta el barrio y la Puerta del Sol nunca la he considerado mía. Pero como detalle sobre valores culturales y valores financieros, creo que es bueno recordar que la mayor riqueza de Madrid es albergar en su corazón el Museo del Prado y no su torres de financieros locos, todas degradadas más tarde o más temprano, tras pasar por ellas la rapiña del pelotazo.



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