jueves, 20 de febrero de 2014

59.

Cada vez que mis intenciones se alzaron, por influencia de mis sueños,  por encima del nivel cotidiano de mi vida, , y por un momento me sentí en lo alto, como un niño en un columpio, cada una de esas veces tuve que bajarme como él al jardín publico, y conocer mi derrota sin banderas desplegadas.

Supongo que la mayor parte con los que me cruzo por azar en las calles traen consigo una misma proyección hacia la guerra inútil del ejercito sin pendones.
Todos tienen, como yo, un corazón exaltado y triste. Los conozco bien: unos son dependientes de tiendas, otros son oficinistas, otros comerciantes de pequeños comercios, otros son los vendedores de tascas y cafés, generosos sin descubrirlo en el extásis de la palabra egoísta. Pero todos, cuitados, son poetas, y arrastran, ante mis ojos, como yo ante los suyos, la misma miseria de nuestra común incongruencia. Todos tienen, como yo, el futuro en el pasado.

Que los Dioses, si son justos en su injusticia,  nos conserven los sueños incluso cuando sean imposibles, y nos concedan buenos sueños incluso si son triviales. Hoy, que todavía no soy viejo, puedo soñar con las islas de Sur y con las Indias imposibles. Todos los sueños son el mismo sueño, porque todos son sueños. Que los Dioses me cambien los sueños, pero no el don de soñar.

Fernando Pessoa