miércoles, 9 de marzo de 2011

A.A.

Descripciones Aceleradas.

Antes de compartir las siete plagas del Apocalipsis con ustedes, creo que debo subrayar algunos datos sobre mi personalidad. Soy pesimista profesional innata, nadie me lo ha ensañado, es que ya mi parto fue difícil y enrevesado. Mi madre dijo que aterricé como un spútnik a velocidad espacial y que no pude estarme quieta desde entonces. No sé si fueron las irremediables ganas de huir de aquel aburridísimo lugar o que me salió mal el empujón.

Di el salto al mundo de forma precipitada; y tan precipitada…-Cómo diría “gran madre”- me adelanté nada más y nada menos que tres meses.

Según la narración de madre, todo sucedió en un abrir y cerrar de ojos. Ella tumbada sobre la mesa camilla del paritorio, unos cuantos jadeos y respiraciones profundas previamente ensayadas y aparecí yo, una recién nacida escurridiza y babosa del tamaño de un ratoncillo. Sí, está bien, a las madres les encanta el drama exagerado y Sissi emperatriz, pero ama tenia pruebas irrefutables que nadie podría negar. Nací tan minúscula e indefensa que entraba en el bolsillo de la bata del ATS. Yo imagino que el bolsillo sería de una envergadura considerable, pues si no sería aún más preocupante.

Como todo ser humano fui creciendo. Es gracioso descubrir la imperfección de la anatomía corporal a base de especialistas, aparatos correctores y de más chismes que,si me permiten señalar, son completamente inútiles. Qué pasa si naces con un pie mas largo, mejor, tu paso siempre será zancada; y qué más da si naces con un brazo mas largo, podrás hacerte fan en Facebook de aquellas personas que consiguen sacar las latas de coca-cola atascadas en la maquinas expendedoras, sólo por eso ya tienes un futuro social prometedor.

Ahora aquí estoy, en Ámsterdam, sentada frente a una computadora, al calor de una chimenea de gas. Holanda es un país frío, a lo mejor por eso no me atrevo a posar los pies sobre el parquet, por miedo a que se queden congelados. De vez en cuando les obligo a que bailen un rato con movimientos convulsivos, así evito que se queden dormidos.

Vivo en Boss en lomerplein, un barrio situado a las afueras. Desde mi ventana sólo se divisan las vías del tranvía y los carriles de bicicletas. Gulden Winckelplantsoen, esa es mi calle. Nunca soy capaz de pronunciarla en voz alta, las razones saltan a la vista. El edificio es normal, un tanto descuidado, pero normal. Los vecinos también son de lo más común, nunca entablé conversación con ellos pero de momento no he tenido ningún motivo para odiarlos y supongo que eso es bueno. Comparto el piso con más gente: (una amiga que ya no duerme aquí —no sé por qué sigue pagando el alquiler— y que sospecho que comparte el piso con un judío al que conoció hace algún tiempo y que se dedica a vender “lolies” de cannabis y tangas con el logo de Amsterdam, porque ahora sólo viene a hacer la colada o tranquilizarme cuando me entran crisis nerviosas; el segundo inquilino es un chico argentino, que está viajando por Asia buscándose a sí mismo y tratando de absorber las energías del sol que aquí tan poco nos acompañan. El tercero es el casero, y aquí entra la primera de las plagas del Apocalipsis, o mejor dicho, recaen sobre mí todas juntas.

Dan es su nombre, tiene… la verdad es que no sé cuántos años tiene. Digamos que no tiene setenta, pero tampoco cincuenta, los abanicos de posibilidades siempre son más divertidos. Es ex alcohólico en proceso, dice que ya no bebe, pero cuando aparece por casa nos sobran las botellas de vino para exportar. No es un borracho violento, es más de esos que cantan a las dos de la mañana y desobedecen las leyes de la pulcritud. Su habitación es el lugar más oscuro de la casa, si te imaginaras todas las estancias por paletas de colores predominarían los rojos amarillos y naranjas en el salón, los ocres, marrones y beige en la cocina, el azul marino y verde esperanza en la habitación… pero cuando atraviesas el pasillo y te acercas a ese lugar llamado “Habitación de Hans”… gris perla es lo más lindo que encuentras.

Como buen prototipo holandés, cumple con la altura exigida en este país. Fácilmente llega a medir dos metros de largo por veinte centímetros de ancho. A mí me recuerda a los zancudos de mi pueblo, esas criaturas sílfides y larguiruchas que lo mismo me obnubilaban que me estremecían por su rareza. Tiene porte distinguido y desaliñado. Ese aire bohemio de siglo veintiuno, fumando en pipa mientras juega a la ajedrez online, le da un toque retro que puede llegar a ser interesante. Son detalles como el chirriar de su dentadura o el carraspeo flemoso cada cinco minutos los que no me acaban de convencer del todo.

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