miércoles, 19 de enero de 2011


Así nos comprendimos mutuamente, con todos los detalles y matices.

En el teatro permaneció sentada con la cara pálida, como una máscara, pero impaciente: “Siempre me impaciento en el teatro y en el cine. Leo muy poco. Todo eso resulta pálido e insípido en comparación con…”

- ¿Con tu vida?

No tenía intención de terminar la frase.

- Quiero conocerlo todo directamente, sin que intervenga la ficción, sólo la experiencia íntima. Ocurra lo que ocurra, incluso un crimen del cual haya leído la noticia, no llega a interesarme, pues yo ya conocía al criminal. Pude haber estado hablando con él toda una noche en un bar. Me hubiera podido confesar qué pensaba hacerlo. Cuando Henry quiere que vaya a ver una actriz en el teatro, resulta que era amiga mía de la escuela. Viví en casa de un pintor que de pronto se hizo célebre. Siempre me encuentro allí donde ocurre algo por primera vez. Amé a un revolucionario, y cuidé a su amante abandonada por él, que luego se suicidó. No me interesan las películas, los diarios, los reportajes o la radio. Sólo quiero estar mezclada en lo que se esta viviendo. ¿Lo entiendes Anaïs?

- Sí, lo entiendo.

- Henry es literario.

En aquel instante comprendí su vida. Ella sólo cree en lo íntimo, lo cercano, en confesiones nacidas de la oscuridad de una alcoba, en peleas nacidas del alcohol, en comuniones nacidas de agotadores paseos por la ciudad. Sólo cree en las palabras obtenidas por la fuerza, como las confesiones de los criminales que han sido sometidos largo tiempo al hambre, los interrogatorios, las luces internas y los violentos tirones de máscaras.

No quiere leer libros de viajes, pero en la terraza del café está atenta a la aparición de un abisinio, un griego, un iraní o un hindú, que pueden ser portadores de noticias directas de su país, que quizá le enseñen fotografías de sus familias, y le ofrezcan personalmente todo el sabor de sus países.

No hay comentarios:

Publicar un comentario