En el taxi sentada junto a ella, no sintió su fuerza, sino su secreta herida. Aventuró un gesto de ternura: tomó su regia mano y la mantuvo entre las suyas. Leila no la dejó allí quieta , sino que respondió a la presión con nerviosa energía. Elena supo entonces que la energía de Leila podía obtenerlo todo, menos la plenitud.(...)
De vez en cuando Elena oía caer cojines al suelo y crujir seda y algodón.
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